Un cuadro encargado a Goya en 1819, cuando ya tenía 75 años, por el que se le pagó aunque luego él devolvió el dinero.
Coincide con la celebración del 200 aniversario de la apertura del Museo del Prado, también en 1819. Es uno de los cuadros que mejor expresan el mundo de la fe y de la mística por parte del pintor